Jesús, Cabeza de la Iglesia

Jesús, Cabeza de la Iglesia

El Señor Jesús es Cabeza de la Iglesia (Ef 5: 23), su Cuerpo. Esta doctrina debe de hacerse una realidad. No es únicamente una doctrina para ser creída; sino también para ser vivida por la Iglesia. Para que eso ocurra es necesario que la Iglesia se disponga a oír al Señor hablar, no únicamente cuando el Señor toma la iniciativa otorgando una orientación. La Iglesia necesita también buscar el consejo del Señor, pedir sus orientaciones, consultando al Señor en todo lo que sea importante para la realización de la Obra de Dios. 

Un claro ejemplo de dependencia a la orientación del Señor es la vida de David, rey de Israel. Él consultaba al Señor sobre cualquier decisión importante que tenía que tomar. Consultaba para luchar contra los filisteos, para volver a luchar contra ellos, para saber si la gente de Keila lo entregaría en manos de Saúl, etc. Por eso el Señor testificó con respecto a él diciendo: “He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero.” 

Moisés fue otro ejemplo de sumisión a la voluntad del Señor y de búsqueda frecuente del consejo del Señor para ejecutarlo. Él fue el mayor líder del pueblo de Israel. Sin embargo, desde su experiencia con la zarza ardiente, jamás tomó una decisión sin antes consultar el Señor. Por eso, el Señor testificó a su respecto diciendo que “Jehová hablaba a Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo”. Esta es una expresión notable de la comunión íntima que el Señor tenía con él, a cuyo nivel ningún otro profeta alcanzó.

Fue para permitir que el Señor Jesús gobernase Su Iglesia que el mismo Señor decidió bautizar con el Espíritu Santo a sus siervos -jóvenes, adultos, ancianos- en los últimos tiempos. Según el profeta Joel, como consecuencia de ese bautismo, sus siervos recibirían visiones, sueños y profecías (Joel 2: 28), o sea, todos estos dones que permiten al Señor revelar Su voluntad a sus siervos. Sin embargo, estos dones pasaron a un segundo plano en el siglo XX, cuando los dones más enfatizados pasaron a ser los de lenguas y de sanidades. Por demás, la profecía, las visiones y los sueños pasaron a ser usados sobre todo para beneficiar a las personas, y no para transmitir orientaciones del Señor para la Iglesia con la intención de asesorar en torno a su funcionamiento.

Pero ya en la época de los apóstoles se observa que los dones eran usados, principalmente, para revelar la voluntad de Dios para su Obra.

Tenemos ejemplos de esto en los dones espirituales por medio de los cuales el Señor reveló a Cornelio que debería llevar a Pedro a su casa (Hch 10: 3-6), orientó a Felipe para predicar al eunuco etíope (Hch 8: 26, 29), reveló el pecado oculto de Ananías y Safira (Hch 5: 1-4), orientó a Ananías que visitara a Pablo y orara por él (Hch 9: 10-16), reveló a Pedro para no dudar, sino predicar el Evangelio a los gentiles en la casa de Cornelio (Hch 10: 9-16 y 19-20), reveló a Pablo que no lo predicara en Asia ni en Bitinia, sino en Macedonia (Hch 16: 6-10), reveló a la Iglesia cuáles estatutos del Antiguo Testamento deberían ser observados por los gentiles que se convertían (Hch 15: 28, 29), orientó a Pablo para que fuera a Jerusalén para someter su enseñanza a los apóstoles (Gá 2: 1-2), reveló que había elegido a Timoteo para el ministerio de la Palabra (2 Tim 4: 14), etc.

Para tener hoy experiencias semejantes, la Iglesia necesita comprender que el Señor Jesús debe de tornarse en la práctica, y no sólo en teoría, Cabeza de la Iglesia. Por medio de Su Palabra escrita tenemos la doctrina y las orientaciones generales para la edificación de la Iglesia. Pero aplicaciones específicas de la doctrina, orientaciones que se aplican a una Iglesia en particular con consejos prácticos a los pastores y para el cotidiano de la Iglesia, el Señor nos transmite por medio de los dones espirituales. De esa forma nos revela su proyecto para la edificación de la Iglesia. Por medio de los cinco ministerios, las instrucciones específicas transmitidas por medio de los dones espirituales son probadas (1 Te. 5: 10-21) y éstos son aplicados con sabiduría (1 Co 14: 20, 40).